lunes, 11 de febrero de 2013

El veneno de los anfibios

Otra excepcional entrada sobre veneno que encontramos en Anfibios y Reptiles de la Rioja

A pesar de que normalmente los anfibios no ostentan tan mala fama como las serpientes, no es raro oír historias sobre salamandras corruptoras de fuentes y abrevaderos o sobre repugnantes sapos escupidores de veneno. Todos estos mitos, rayan en el absurdo y el desconocimiento más espantoso, pues como veremos a continuación, el veneno de nuestros anfibios consiste en un método de defensa pasivo incapaz de causarnos ningún daño a las personas o animales domésticos.


 Qué manía con tener veneno... ¿Por qué?

 Casi sobra aclarar para qué les sirve el veneno a unos animales pequeños, carentes de garras, incapaces de infringir mordeduras y que además, son más lentos que el caballo del malo... pues en efecto, una vez más es para defenderse de las muchas especies de predadores que les acechan.


Ante una amenaza potencial, este ejemplar macho de
Tritón Jaspeado (Triturus marmoratus) segrega veneno
 a través de sus glándulas parotídeas. 
 Todos los anfibios -no sólo las salamandras y los sapos- poseen a lo largo de su piel un número variable de glándulas venenosas. Estas glándulas, reciben el nombre de parotídeas
 -también llamadas parótidas o parotoideas-
y son las encargadas de segregar una serie de toxinas irritantes cada vez que el animal se enfrenta a un peligro. Como los anfibios no disponen de ningún medio de inocular veneno a sus enemigos -ya les gustaría a ellos poder escupirlo-, los pobres tienen que arriesgarse a ser "probados" por las fauces de su potencial verdugo. Es entonces cuando el veneno que cubre su piel entra en escena, dándoles un desagradable sabor e irritando las mucosas del agresor. En la mayoría de las especies se trata de un veneno muy poco activo, pero lo suficientemente potente como para que el depredador escupa a su presa asqueado y pase un mal rato.


 Un traje de fiesta para una piel venenosa

Esta Salamandra (Salamandra salamandra fastuosa) luce brillantes
colores que avisan sobre su toxicidad.
 Muchos pensamos que una defensa que consiste en que un depredador te pruebe, no es ni mucho menos la mejor de las defensas. Por ello, son muchos los anfibios que han desarrollado una piel dotada de llamativos diseños y colores -coloración aposematica-. No parecen muy espabilados estos animales, pues salta a la vista que un traje de colorines no es la mejor forma de pasar inadvertido... pero ahí es cuando entra en juego la asociación del color al recuerdo de una mala experiencia. Si un animal que las pasó canutas la última vez que se comió a un anfibio de brillantes colores, probablemente se lo pensará mejor la próxima vez que encuentre cualquier presa parecida, es así de sencillo.

 No obstante, hay que aclarar que en nuestras latitudes son muy pocas los anfibios que lucen una coloración de este tipo, confiando la mayoría de las especies europeas en pasar inadvertidas mediante una coloración críptica que les ayude a confundirse con su entorno.


 ¿Qué puede hacernos un anfibio?

 Pues nada, ¿qué nos va a hacer?... Si lo cogemos con las manos lo más seguro es que nos haga sus necesidades encima, bien de miedo o bien como medida disuasoria
 -probablemente las dos cosas-. Si comenzamos a manosearlo, es probable que sus glándulas parotídeas comiencen a exudar el veneno, que tiene un aspecto lechoso. Como ya dije, éste sólo actúa en contacto con las mucosas y puesto que es incapaz de atravesar nuestra piel, no tendrá ningún efecto sobre nosotros a menos que tras su manipulación nos metamos los dedos en la boca, la nariz o los ojos. Por propia experiencia -sólo el hombre tropieza dos veces en la misma piedra- sé lo que se siente al frotarse los ojos tras haber manipulado especímenes de Ranita de San Antonio (Hyla arborea) y Ranita Meridional (Hyla meridionalis); Escozor... escozor puro y duro, pero únicamente eso. Algo similar a cuando te entra champú en la ducha, nada grave que no se pase al cabo de un rato y que no se alivie lavando los ojos con abundante agua. Nada que requiera atención sanitaria, ni mucho menos nada que produzca ceguera de ninguna clase. Es decir, son INOFENSIVOS.


Rana Veneno de Flecha (Ameerega sp.) perteneciente a la familia
 de los Dendrobátidos, fotografiada en Ojos de Agua -Perú-.
 Foto: César Aguilar.
 Claro que también hay unas pocas especies de anfibios cuyas toxinas son muy potentes. Algunas especies tropicales como el Sapo Gigante (Rhinella marina) o las ranas veneno de flecha (Fam: Dendrobatidae), poseen venenos neurotóxicos muy activos. De hecho, las ranas veneno de flecha son célebres por la utilización que hacen de ellas algunas tribus amazónicas, las cuales, impregnan sus flechas y dardos con el veneno de las ranas para cazar especies tan huidizas como aves y monos. En cualquier caso su veneno, por potente que sea, no puede penetrar a través de nuestra piel por si sólo, por lo que resultaría exagerado considerar a estos animales como algo peligroso para las personas.


 Pese al veneno, los anfibios no son invulnerables y son muchísimos los depredadores que los ingieren como parte de una dieta más variada. Unos son más resistentes que otros, otros son inmunes y otros simplemente sufren las consecuencias de devorarlos con piel. Por cierto... hay especies que han aprendido a despellejarlos limpiamente antes de dar buena cuenta de ellos, como por ejemplo algunos mustélidos -nutria, turón, visón, etc.- o también nosotros mismos, los humanos.


Detalle de la glándula parotídea de un Sapo Común (Bufo bufo spinosus). A diferencia de lo que mucha
gente cree los sapos no escupen veneno, sino que lo segregan a través de sus glándulas parotídeas
situadas tras los ojos.


 Los anfibios son animales insectívoros que juegan un papel fundamental en nuestros ecosistemas. Prácticamente se encuentran en la base de la pirámide alimenticia, por lo que muchas especies se alimentan y dependen en mayor o menor grado de su presencia. Igualmente su labor insecticida resulta imprescindible, al igual que la de las libélulas, que prácticamente no comen otra cosa que mosquitos cuando son adultas y renacuajos cuando son larvas. Un mundo sin anfibios bien podría equivaler a un mundo sin libélulas, y si ya nos parece que hay muchos mosquitos en torno a las zonas húmedas, tratemos de imaginar un mundo sin depredadores de mosquitos...

 Pobres, bastante tienen con el cambio climático, las enfermedades que les acechan y con los venenos que vertemos al campo, como para que encima los consideremos dañinos.

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